
Por Taller de Teatro.
Con Ángel de Andrés López y Lola Mateo.
Sala del Mirador, Madrid, 1990.

CASADO. 41 años, aspecto corriente, vasectomizado, discreto, culto y educado, insatisfecho por desajuste sexual esposa, busca señora madura, llenita y bien conservada.
Autocrítica: Curarse en salud
Por Jesús Campos García 
(Nota incluida en el Programa-Diario que se repartía a la salida de la representación).
Con el estreno de Entrando en calor vuelve a ponerse de manifiesto uno de los males endémicos de nuestro teatro, quizás el más importante: la falta de autores. Jesús Campos, de que alguien pudo decir alguna vez que prometía, no ha cumplido su promesa, por lo que debe incluirse, sin más, en la ya larga nómina de dramaturgos españoles que ni tienen nada que decir ni saben cómo decirlo.
Cuando despojado de las piruetas escenográficas, Campos propone una obra de texto, quizás siguiendo los dictados de la moda, quizás solo motivado por razones económicas, el trabajo se presenta tan lleno de obviedades y lugares comunes, que queda patente la falta de originalidad del autor, su incapacidad para contar una historia que, de existir, se expone de modo torpe y con diálogos farragosos, supuestamente coloquiales, y lo que es más de lamentar, su falta de dominio para hacer creíbles unos personajes que no son sino marionetas al servicio de sus ingeniosidades...
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Entrando en calor. Teatro Galileo de Madrid, 2002.
Con Pepa Sarsa y F. M. Poika.
Nota del programa de mano

De la realidad contemporánea
La catástrofe personal de esta pareja última es una partícula pequeña, aunque significativa, de la catástrofe general que se vislumbra en titulares y que no nos acabamos de creer. Comedia chusca y sexo artificial en un intento desesperado de negar, de ocultar y/o de sobreponerse a la tragedia, es lo que aquí se ofrece para su disfrute o cavilación. Sírvase al gusto del consumidor.
Y es que la civilización que ha hecho posible que se trasplante un corazón, que se viaje por el espacio o que veamos la guerra en directo desde nuestro cuarto de estar (adelantos que, como otros muchos, hubieran dejado boquiabiertos a nuestros abuelos), esa misma civilización que nos deslumbra con sus progresos es la que ha hecho igualmente posible la invención de ingenios físicos, químicos o bacteriológicos, medios de destrucción masiva capaces de resolver nuestras catástrofes por la vía expeditiva del exterminio o la autoinmolación.
Cierto que esa civilización, hoy como nunca, vive el esplendor del mercado, la cultura del ocio, el lujo escénico, el triunfo de la futilidad y del diseño. Toda una suerte de hábitos resplandecientes tras los que se oculta la injusticia, la desigualdad, la soledad, la incomunicación, la insatisfacción permanente; abismos por los que a diario nos despeñamos, poniendo en riesgo nuestra aventura vital.
De ahí que, habiendo podido sumarnos desde el pequeño ámbito del escenario al esfuerzo general de envolver la realidad en papel de plata para autoconvencernos de que la vida es una chocolatina, al ser consciente de que el suicida ya ha comprado la pistola, he preferido hacer aflorar la tragedia que se oculta bajo las comedias, más que nada por prevención, no sea que a una mala, entre los motivos que preferimos ignorar y los medios que no faltan, cuando vayamos a caer en la cuenta resulte que sea un pelín tarde.
Y este es, mayormente, el motivo de traer a colación un tema tan inhóspito. Perdón por las molestias.
Jesús Campos García.
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